La paradoja de la desglobalización – Por Mg. Adriana Narváez

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Como sucede en muchos aspectos, el contexto internacional actual a nivel sanitario ocasionado por el COVID-19, más que generar procesos lo que ha hecho es agudizar los existentes o ayudar a visibilizar los que estaban emergiendo.

Así, en los últimos años, se han estado profundizando los procesos de desglobalización y democratización que han tenido los ejemplos más visibles en la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit), la asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y la consecuente guerra comercial China – USA, el estancamiento de las negociaciones multilaterales en el ámbito de la Organización Mundial de Comercio y el cuestionamiento del rol de esta institución (enfatizado por la no designación de miembros en su órgano de solución de controversias y que como uno de sus puntos más visibles acarreó la renuncia anticipada de su director general a efectivizarse en septiembre de este año), la avanzada independentista en la región de Cataluña, la declaración de Argentina, dentro de la órbita Mercosur planteando quedarse afuera de las negociaciones del bloque con terceros países, así como también, el pasaje de las cadenas globales a las cadenas regionales de producción, por nombrar algunas de los más determinantes.

En este sentido, recobra difusión en estos días lo planteado por el economista turco, profesor en la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik quien en su libro del año 2010 “La paradoja de la globalización”, advirtió sobre la profundidad y velocidad que la globalización había alcanzado llamándola “Integración internacional profunda “ y cómo ésta en definitiva, había generado tensión en el sistema establecido a partir de la segunda guerra mundial, a través de los organismos de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, GATT –General Agreement on Tariffs and Trade) y, fundamentalmente, en el configurado sobre la base de esa mayor integración internacional que se ha dado en las últimas décadas en una suerte de camino a la gobernanza global.

De esta forma, desarrolló el trilema luego conocido como trilema de Rodrik que consta de tres vértices determinados por la democracia, la hiperglobalización e integración regional (especialmente la económica) y la soberanía, planteando que sólo pueden darse, en una alta dosis, dos de los tres factores al mismo tiempo, nunca los tres. Uno debe ser resignado.

 

Teniendo como base su trabajo, se abren tres posibilidades principales:

 

1)    Un enfoque basado en la preminencia de la Globalización sostenido por un modelo político con base en los Estados – Nación. Esta opción resignaría ciertos aspectos del modelo democrático y se encuadraría en lo que el analista político estadounidense Thomas Friedman ha llamado la “camisa de fuerza de oro”, ya que en pos de la mejora en el ámbito económico se tienen que resignar aspectos democráticos y de participación en la toma de decisiones en el ámbito interno.

2)    La segunda posibilidad estaría dada por un funcionamiento sustentado en la fortaleza de los Estados – Nación acompañados de Democracia que haría resignar el elemento globalizador. Esta situación estuvo representada por el modelo que representó Bretton Woods y que rigió fundamentalmente desde la posguerra de la Segunda Guerra Mundial a mediados/fines de la década del setenta.

En dicho período, más allá del gran avance en materia de liberalización comercial y cooperación internacional, continuaron existiendo importantes barreras arancelarias y para arancelarias, al comercio de bienes y servicios, así como también ciertas restricciones al movimiento de flujos internacionales de inversión.

3)    La tercera opción prioriza el tándem Globalización – Democracia, dándose lugar a una gobernanza global de los mercados instrumentada a través de organismos supranacionales.

Este escenario, de cierta forma utópico con una alta intensidad, encuentra ejemplos de viabilidad instrumentadas en dosis más bajas a través de la interdependencia compleja[1] y la cooperación internacional, incluso con presencia de distintos actores de la sociedad civil y es el que hemos estado transitando desde la década del noventa hasta los últimos años.

Obviamente, a nivel regional el máximo exponente de esta alternativa es la Unión Europea (más allá de también sufrir tensiones internas además de la más obvia planteada por el Brexit).

 

El trilema en la actualidad.

Bajo las premisas mencionadas al comienzo de este artículo, estamos siendo testigos de sendos procesos de desglobalización [2] y democratización [3] a nivel mundial.

En este contexto, es notoria la caída de las inversiones extranjeras directas, así como también de los flujos del comercio internacional (hoy, además, claramente afectados por el COVID-19), todo esto enfatizado sobre la base de la guerra comercial, de la cual el premio Nobel de Economía, Paul Krugman ha dicho que una guerra comercial generalizada podría llevar a una reducción del comercio internacional de hasta un 70 %.

Así las cosas, con las variables globalización y democracia en retroceso, el elemento soberanía nacional está incrementándose y enfatizando los nacionalismos, estatales y subestatales y vemos ejemplos de estas situaciones en China, Estados Unidos, Rusia, Turquía e India.

Estas tensiones, existen también dentro del seno de la Unión Europea, donde encontramos hechos de diferente origen y alcance, ejemplificados por los casos del Reino Unido, Cataluña, Hungría (país al cual el Parlamento Europeo le ha sugerido someterse a un test de “democratización”), entre otros.

 

La paradoja de la desglobalización.

En primer lugar, es dable mencionar que lo que está aconteciendo más que una desaparición del proceso de globalización es un retroceso desde ese escenario de hiperglobalización que se había alcanzado.

Ahora bien, la gran paradoja de este proceso de desglobalización, es que existen ya muestras concretas sobre los daños que a nivel económico han traído, algunas de las situaciones vinculadas a este retroceso y que, de las crisis económicas más recientes se ha salido con más integración económica y globalización y no con menos dosis de las mismas.

Algunos de los ejemplos de daño concreto los encontramos en la devaluación de la libra esterlina en más del 13 % y en la gran caída económica que significó para el Reino Unido la inestabilidad e incertidumbre ocasionada desde el referéndum que determinó el abandono del bloque comunitario, valuada según un informe de Febrero de este año de Business Insider, en alrededor de 130 billones de libras esterlinas, equivaliendo este monto a un valor nominal mayor a todos los pagos realizados por el Reino Unido para contribuir al presupuesto del bloque en sus 47 años como miembro.

Asimismo, el contexto de guerra comercial internacional, liderada por Estados Unidos y China, no hizo más que generar “menos comercio” y esto quedó expuesto de forma muy clara y dramática por la directora general del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, en Noviembre de 2019 al mencionar que para fines de este año se estimaba que las pérdidas a nivel de comercio internacional ascenderían a 700.000 millones de dólares, lo cual representa un 0,8 % del PBI mundial.

Todos estos elementos son muestras de un escenario complejo, acentuado por la incidencia del COVID-19, en el que como ya ha sucedido en otros momentos de la historia, ante un exceso en la aplicación de una variable se ha oscilado hacia una situación contrapuesta.

En este caso, al menos hasta ahora, la oscilación está siendo intensa, pero a la vez aún bajo los carriles de la interdependencia y la cooperación internacional, pero sería importante que al salir de la situación sanitaria mundial y luego de la lógica e inmediata concentración en las situaciones internas, haya un refortalecimiento de los organismos internacionales.

Todos ellos han nacido con el objetivo de canalizar diferencias políticas, económicas que en otros tiempos derivaron en conflictos bélicos y comerciales y evitar que los diferentes poderes de negociación se impusieran abiertamente (aunque claramente es utópico pensar que esto no continuó sucediendo), pero su rol ha sido clave en el sentido de lograr una dinámica que fuera más allá de la corriente llamada realismo, en donde el poder del Estado y la fuerza militar predomina por sobre otras variables.

Evidentemente tendrán que pasar por un proceso de renovación (en este punto, hago referencia específicamente a la Organización Mundial de Comercio) que está siendo demandada por gran parte de sus integrantes, pero en su fortaleza y subsistencia reside la esperanza de, aún con todas sus falencias y desigualdades, se logre un mundo más próspero y equitativo.

Mg. Adriana Narváez

Junio 2.020


[1] Ver Robert Keohane y Joseph Nye.

[2] Ver informe 2020 World Investment Report. UNCTAD. www.unctad.org

[3] Ver informe 2020 de la Libertad en el Mundo. Freedom House. www.freedomhouse.org/es