El nearshoring en Latinoamerica: Una nueva geografía del comercio global – Mgter. Roberto Zagal (desde Perú)

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Durante décadas, la economía mundial se apoyó en cadenas de suministro globales extendidas que, en muchos casos, atravesaban océanos enteros. La lógica del offshoring, que trasladaba la producción a lugares más lejanos con menores costos laborales y ventajas fiscales, consolidó a Asia —y particularmente a China— como la gran fábrica del mundo.

El modelo funcionó mientras las condiciones globales se mantuvieron estables: abundancia de transporte marítimo barato, baja conflictividad geopolítica y un comercio internacional relativamente predecible.

Sin embargo, los últimos años marcaron un punto de inflexión. La pandemia de COVID-19 expuso de manera abrupta la fragilidad de estas cadenas largas. Productos básicos, insumos médicos y componentes tecnológicos se volvieron escasos no por falta de producción, sino porque estaban a miles de kilómetros de los mercados que los necesitaban. A ello se sumó el encarecimiento del transporte: en 2021, el costo de un contenedor desde Asia a América llegó a multiplicarse por cinco respecto a su promedio histórico. La invasión de Rusia a Ucrania en 2022 y la creciente tensión entre Estados Unidos y China agregaron un ingrediente geopolítico que reforzó la necesidad de diversificar y acercar la producción.

Es en este contexto que el nearshoring gana protagonismo. La idea es sencilla: producir más cerca del mercado de destino. Pero detrás de esta aparente simplicidad se esconde un cambio estructural de enorme impacto en la geografía económica mundial. No se trata únicamente de reducir distancias físicas, sino de buscar entornos más confiables, estables y resilientes. Las empresas priorizan la seguridad de sus cadenas de suministro por encima de la mera reducción de costos, y los gobiernos fomentan esta tendencia con incentivos, acuerdos comerciales y políticas industriales.

Latinoamérica se convierte así en una región clave. Su proximidad a Estados Unidos, uno de los mayores centros de consumo del planeta, la coloca en una posición estratégica. Al mismo tiempo, la región posee abundantes recursos naturales, energéticos y humanos que pueden alimentar nuevas cadenas de valor. El litio del triángulo conformado por Argentina, Bolivia y Chile; el cobre peruano y chileno; la producción agrícola de Brasil y la pampa argentina; la energía hidroeléctrica de Paraguay; y el potencial en energías renovables en toda la región, ofrecen una base sólida para convertirse en un polo productivo alternativo.

Los casos concretos ya son visibles. México lidera el proceso de nearshoring en la región. En 2023, la inversión extranjera directa alcanzó niveles récord, gran parte de ella vinculada a la relocalización de plantas industriales en sectores como automotriz, electrónico y de autopartes. La frontera compartida con Estados Unidos, sumada al T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá), convierte al país en el destino natural para las compañías que buscan producir cerca de su principal mercado. Pero no todo se concentra en México. Costa Rica se ha consolidado como un hub de exportación de dispositivos médicos y servicios digitales; Colombia y República Dominicana comienzan a atraer manufacturas ligeras y servicios de outsourcing; Chile y Perú se posicionan como proveedores clave de minerales estratégicos, mientras que Brasil, por su tamaño de mercado y su industria consolidada, sigue siendo un actor de peso regional.

El nearshoring no solo redefine los flujos de inversión, sino que plantea un horizonte de transformación para la estructura productiva latinoamericana. Una región históricamente especializada en exportar materias primas tiene la oportunidad de avanzar hacia bienes con mayor valor agregado, integrarse de manera más profunda en cadenas de suministro globales y fortalecer sus sistemas logísticos. Si la tendencia se consolida, podríamos ver un cambio gradual: de exportadores de commodities a exportadores de componentes industriales, software, equipamiento médico y servicios avanzados.

No obstante, las oportunidades van acompañadas de importantes desafíos. En primer lugar, la infraestructura. Los puertos, aeropuertos, carreteras y sistemas ferroviarios de la región presentan grandes disparidades. Mientras algunos países cuentan con instalaciones modernas y corredores eficientes, otros arrastran décadas de inversión insuficiente.

El nearshoring requiere cadenas logísticas ágiles, seguras y competitivas, y sin mejoras en este terreno, parte del potencial puede diluirse.

En segundo lugar, la estabilidad política y macroeconómica. La inversión extranjera busca previsibilidad, y la región sigue enfrentando cambios abruptos de políticas, alta inflación en algunos países y tensiones sociales recurrentes. Estos factores, aunque forman parte de la dinámica latinoamericana, son observados con atención por los inversionistas que comparan alternativas en otras regiones del mundo.

Un tercer desafío es la competencia interna. Cada país busca atraer proyectos de inversión, pero muchas veces lo hace de manera aislada, sin coordinación regional. En lugar de consolidar una estrategia latinoamericana conjunta, se genera una carrera fragmentada en la que los países compiten entre sí en lugar de complementarse. Paradójicamente, la cooperación regional —que podría generar cadenas de valor compartidas, corredores logísticos multinacionales y mayores economías de escala— aún está poco desarrollada.

Finalmente, la capacitación laboral aparece como un punto crítico. El nearshoring trae consigo industrias de mayor complejidad tecnológica y procesos productivos más avanzados. Para aprovecharlo plenamente, los países deberán invertir en educación técnica, innovación, investigación y desarrollo. Sin este paso, la región corre el riesgo de recibir inversiones limitadas a procesos de baja complejidad, sin dar el salto hacia una verdadera modernización industrial.

Pese a estos obstáculos, el panorama es alentador. Nunca antes Latinoamérica había tenido tantas condiciones favorables para integrarse en la reorganización del comercio global. Estados Unidos y Europa buscan diversificar proveedores, reducir su dependencia de Asia y asegurarse cadenas de suministro resilientes. La región ofrece cercanía, recursos, talento y un mercado interno de más de 650 millones de personas.

El nearshoring no es solo un cambio de ubicación de fábricas; es una oportunidad histórica para reposicionar a América Latina en la economía mundial. Si los gobiernos diseñan políticas adecuadas, si se fortalece la infraestructura, si se fomenta la cooperación regional y si se apuesta por el capital humano, la región puede convertirse en un eje fundamental de la nueva globalización.

En definitiva, estamos ante un momento bisagra. El mundo demanda cercanía, seguridad y sostenibilidad. América Latina, con todas sus fortalezas y sus retos, tiene la posibilidad de responder a ese llamado y transformarse en protagonista de una nueva geografía productiva. No es una tarea sencilla ni automática: requiere visión estratégica, voluntad política y una apuesta sostenida por la integración y la innovación. Pero la oportunidad está sobre la mesa, y difícilmente se repita con la misma fuerza en el corto plazo. El nearshoring puede ser, para la región, la llave que abra la puerta de un nuevo ciclo de desarrollo económico.

Roberto Zagal Pastor

Magister en Derecho con Mención en Aduanas

ProÉxito SAC – Director Ejecutivo – Legal