Hace unos días hablábamos de la aversión al riesgo como una característica del decisor de optar por aquello que le es más seguro, llevándolo a descartar opciones que aun cuando ofrezcan mayores beneficios, presuponen tomar riesgos que no está dispuesto a asumir.
En esta guerra o crisis, la toma de decisiones es algo permanente y aquello que pudo resultar inicialmente beneficioso, puede que hoy no lo sea. En el avance de la crisis, los especialistas parecen no tener una misma visión de la evolución de la pandemia. Coinciden en la necesidad de una vacuna y en distanciarnos para evitar contagios. Simultáneamente, existen discrepancias en distintos países sobre flexibilizar o no el estado de confinamiento de la sociedad por los efectos negativos que este produce.
En el medio de esta discrepancia, se encuentran sociedades cuasi inactivadas que empiezan a dar signos claros de que, a menor flexibilización, existe mayor daño social, económico, en la salud mental y en el plano educativo, lo que nos debe llevar a un ejercicio de evaluación sobre las decisiones adoptadas.
En forma clara, un Informe de UNICEF señala que potencialmente el 60% de las niñas y niños de nuestro país serán alcanzados por la pobreza antes de fin de año, y que ese número, en los barrios vulnerables podría superar el 90%. Si a esta situación dramática, le sumamos la caída de empleo, de producción, de trabajo de profesiones independientes, situaciones preexistentes pero agravadas por la cuarentena, debemos asumir que estamos generando una hipoteca de nuestro futuro y que será difícil de superar.
Hipotéticamente, si la acción de gobernar se tratara exclusivamente de salvar vidas atendiendo a la salud, deberíamos también prohibir fumar y cortar el tránsito en las carreteras, ya que son actividades que producen grandes pérdidas de vidas humanas.
Debemos trabajar para reducir el riesgo y el grado de exposición de la población al virus de una forma inteligente y no generando efectos colaterales mayores al daño que el virus provoca al tejido social. El objetivo de salvar vidas debe ser la prioridad. Lo que debemos discutir es “como” lo logramos. De no ser así, el costo de la victoria sobre el COVID- 19 será “pírrico” o “a lo Pirro”.
Pirro gobernó EPIRO entre 307 y 272 A.C. en forma alternada, y luego de vencer a los romanos se le atribuye la frase de “otra victoria como esta y volveré solo a casa”, aludiendo a que el costo de la victoria en vidas humanas era mayor al beneficio que le otorgaba la victoria lograda.
El termino pírrico es hoy un adjetivo que se emplea para graficar que hay logros que se producen con muchas perdidas, que lo tornan injustificado ante el gran esfuerzo que se realiza por lograrlo.
Creo que la falta de flexibilización puede generar esta situación no deseada y que la dirigencia, además de apelar a la responsabilidad individual, debe crear estrategias que reduzcan los riesgos, ya que el riesgo tampoco se anula por la mera sanción de un decreto.
Si la cuarentena temprana fue oportuna y perseguía el objetivo de ganar tiempo para preparar el sistema de salud, ralentizando contagios y achatando la curva, esto nos hace asumir como ciudadanos que ahora estamos subiendo a “la montaña” que preveíamos. Por el contrario, si el pico y el nivel de contagiosos es mayor al previsto, lo único que estaríamos logrando es una prolongación indefinida de la cuarentena como única solución e incrementando el nivel de cansancio de una sociedad que acompañó las medidas.
Creo que debemos empezar a transitar esa “nueva normalidad” con controles y mejores estrategias y así evitar que a los que hoy nos consideran tontos dejemos de pensar que existe un real enamoramiento de las decisiones tomadas y poca voluntad de asumir los riesgos que implica gobernar en medio de una crisis.
Lic Marcelo Rozas Garay
Ex Subsecretario de Reducción del Riesgo de Desastre