“La sequía podría ser la próxima pandemia… y no tenemos una vacuna para curarla”, nos señalaba recientemente Mami Mizutori, la Representante Especial del Secretario General de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres.
Complementando esta sentencia, el reporte de evaluación regional sobre el riesgo de desastres en América Latina y el Caribe del año 2021 (conocido como RAR21, por sus siglas en inglés), expresa que la sequía representa una amenaza para el logro del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la salud y el bienestar humano y de los ecosistemas.
Estas aseveraciones y el contenido del informe no constituyen una novedad para aquellos que siguen la temática de adaptación al cambio climático (ACC) y de reducción del riesgo de desastres (RRD. Se hacen visibles nuevamente ante la necesidad de apelar a un mayor compromiso de la sociedad y de llamar la atención de las autoridades. Buscan crear conciencia sobre las sequias debido a que su alto impacto negativo en las comunidades y en las economías es generalmente subestimado y tiende a ser percibido como transitorio y que siempre es posible una rápida recuperación. Los hechos nos demuestran que esto no es así!
La situación de sequía tiende repetirse y a constituirse en un escenario cuasi permanente y recurrente. Actualmente varios informes locales predicen que el actual estrés hídrico haría caer la proyección de cosecha de soja y maíz casi 17 millones de toneladas en total, con una pérdida ya registrada de u$s 3000 millones.
La gravedad del hecho es que las sequías afectan también a personas en todo el mundo y no solo a la producción agrícola. Afectan e impactan en el suministro público de agua, la producción de energía, el transporte por agua, el turismo, la salud humana y la biodiversidad, lo que contribuye a incrementar la inseguridad alimentaria, la pobreza y la desigualdad.
El RAR21 nos indica que las sequías han afectado al menos a 1.500 millones de personas y han provocado pérdidas económicas de al menos 124.000 millones de dólares en todo el mundo entre 1998 y 2017.
Complementando el escenario descripto, el Banco Mundial, a través de su Informe “Impactos de las crisis climáticas en la pobreza y la macroeconomía en la Argentina” nos advierte localmente que estas crisis no solo afectan a la economía sino también el bienestar y desarrollo de la población. Señala que desde 1980 la cantidad de eventos climáticos extremos se duplicó y provocaron pérdidas económicas por unos US$ 22.500 millones, dañando infraestructura y vivienda fundamentalmente Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Agrega el informe que la grave sequía que sufrió la Argentina a principios de 2018 generó una caída del PIB del 2,5%.
En línea con lo hasta ahora planteado sobre el impacto de los desastres naturales, Julie Rozenberg, economista del Banco Mundial y autora principal del informe al que hacemos referencia, nos muestra la otra cara de la moneda de las sequias que son las inundaciones. Sostiene que en Argentina “Las inundaciones son un obstáculo para la erradicación de la pobreza. Cada año a consecuencia de ellas, en promedio, un 0,14 % de la población nacional cae en la pobreza. Cuando los eventos son más importantes, más del 1,5% de los argentinos caen en la pobreza”. Agrega que “Si no hubiera adaptación, el PIB podría caer hasta un 5% en 2050, en comparación con un escenario sin cambio climático, y los ingresos fiscales podrían caer un 10%”.
Estas consideraciones surgen a partir de que los modelos de cambio climático mundial y escenarios de emisiones, elaborado por el IPCC para Argentina, muestran que la mayoría de los cultivos enfrentarán pérdidas de rendimientos anuales y que, en Argentina, la peor pérdida de rendimiento potencial en 2050 podría alcanzar el 10% en el caso del girasol, el 30% en el caso del maíz y el trigo, y hasta el 50% en el caso de la soja.
La generosidad del clima y la productividad del suelo argentino nos llevan siempre a descreer de estos modelos y diagnósticos, olvidando irresponsablemente que la adaptación al cambio climático y la reducción del riesgo de desastres requiere de acción hoy para atenuar el impacto de los desastres naturales futuros, los que, en lugar de morigerarse, cobran mayor potencia y afectan nuestras vidas.
Creemos que es tiempo de reaccionar e incluir en la agenda política y de gestión pública y privada medidas de ACC y RRD. Necesitamos retomar aquella agenda del Plan Nacional de Reducción del Riesgo de Desastres 2018/2023 construida con el apoyo del PNUD y que señalo un hito en nuestra Argentina.
Una agenda y un plan que actúe y trabaje sobre las causas de los problemas en términos de prevención y que los desastres naturales, sequias e inundaciones, profundizan la pobreza y la calidad de vida de todos los ciudadanos.
Lic. Marcelo Rozas Garay
enero 2.022
Lic Marcelo Rozas Garay – Ex Subsecretario de Reducción del Riesgo de Desastres de la Nación. Consultor en ILAPyC y en el IEES.