UNASUR – Un nuevo modelo de cooperación e integración – Por Lic. Marcelo Rozas Garay
UNASUR – Un nuevo modelo de cooperación e integración
Por Lic. Marcelo Rozas Garay
Los Libertadores San Martín y Bolívar enarbolaron básicamente las banderas de unidad e independencia, pues en su fuero más íntimo consideraban que ambas eran las condiciones que permitirían al subcontinente generar un centro de poder estratégico que les permitiera insertarse con un rol relevante en la comunidad internacional. De allí que desde el nacimiento de la mayoría de los estados de la región está presente en nuestras sociedades y en sus gobernantes la idea de avanzar hacia procesos o arquitecturas que con distintos grados de formalidad o compromiso materialicen este ideal.
Así es que hemos visto que a partir del siglo XX y fundamentalmente bajo la enorme influencia del ejemplo europeo, se concretaron distintas iniciativas de naturaleza esencialmente comercial, entre las que se destacan la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), el Mercado Común Centro Americano (MCCA), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), la Comunidad del Caribe (CARICOM) y el Grupo Andino. También, la Organización de Estado Americanos (OEA) se constituía en el organismo político por excelencia y en el foro donde los países del continente canalizaban o alineaban sus políticas de relacionamiento exterior. Este organismo, de gran actividad durante el siglo XX generó distintas instituciones que contribuyeron a cimentar y mantener la imagen de una América unida e integrada, aún cuando la realidad y los hechos fueran por otros caminos.
Sin la intención de analizar con profundidad y detalle los motivos que nos han llevado como región a no obtener los resultados perseguidos, creo si importante señalar que podríamos resumirlos en la ausencia de las condiciones políticas necesarias para su instrumentación, la incompatibilidad de regímenes políticos, la existencia de sistemas económicos cerrados y, fundamentalmente, una estrategia formal e informal de competencia mutua entre los países. Dicho de otra manera, la dificultad de identificar valores e intereses comunes y la poca convicción de trabajar en estrategias de confluencia, dejándose de percibir que los intereses nacionales pueden estar comprendidos y ser compatibles con gran parte de los intereses de los estados vecinos. Este razonamiento que parece ser simple y obvio ha sido muchas veces soslayado por quienes han guiado en el pasado los procesos de cooperación e integración, adoptándose muchas veces posiciones extremas y terminales de alineamiento, en donde esa falta de vocación cooperativa e integradora era reemplazada por la postura de “amigo-enemigo”, “socio-competencia” que no permitían transitar y ni siquiera explorar terrenos en los que existían intereses comunes.
La UNASUR, es un nuevo organismo surgido como un catalizador entre el MERCOSUR y la Comunidad Andina que invoca y recaba la “unión” de las naciones suramericanas y se abre como una nueva instancia superadora, en la que los estados que la constituyen han demostrado un compromiso renovado, generando nuevas instituciones, organismos y, fundamentalmente hechos fácticos que nos permiten avizorar que estamos frente a una nueva etapa y a un cambio en la política de cooperación e integración de las naciones suramericanas. A diferencia del pasado, busca consolidarse en un momento histórico en el que el modelo europeo se encuentra enfrentando una crisis en la que a su propia sociedad y a sus gobiernos les cuesta percibir los beneficios que normalmente conllevan los procesos de cooperación e integración. Tiempo también en que los compromisos multilaterales asumidos tienden a considerarse como ataduras y exigencias que no permiten adoptar soluciones nacionales. En momentos de crisis existe una tendencia marcada a percibir solamente la faceta ingrata de la integración que es el cumplimiento de compromisos y el respeto de las metas y estándares acordados, los que muchas veces implican la pérdida de beneficios en lo inmediato. Es por ello que las estrategias, aún en tiempo de crisis y más allá de la inmediatez y de las urgencias coyunturales, deben contener basadas en visiones de mediano y largo plazo.
En nuestros días, la UNASUR nos muestra aún una cara inicial predominantemente política, social y cultural aunque en el último tiempo se empiezan a percibir avances e iniciativas en el campo educativo, económico, tecnológico, de la defensa y de la seguridad. En este proceso, lo distinto a señalar con respecto de los modelos anteriores es que se mantiene el impulso político de integración regional aún cuando persisten diferencias o conflictos diplomáticos por cuestiones de soberanía entre algunos países. Esto nos indica claramente que es posible avanzar en aquellos temas en los que existe confluencia de intereses sin por ello dejar de renunciar a los intereses y objetivos nacionales que pudieran estar pendientes de solución o negociación. Este cambio que en gran medida responde a la consolidación de las democracias, conlleva un signo de madurez institucional en el que hemos dejado de percibirnos bajo el mandato cerrado y excluyente que imponía la lógica “amigo-enemigo” o “socio-competencia”.
A este cambio de actitud deberíamos sumarle el hecho de que los mandatarios han comprendido también que la persistencia en acentuar las diferencias y los conflictos bilaterales o multilaterales en la región, en muchos casos los debilita en el frente doméstico al tiempo que los pone en situaciones desventajosas e incómodas que no se condicen con la vocación integracionista que luego demuestran en cumbres o en documentos formales. De allí, que aún cuando muchas de las disputas y tensiones binacionales no han arribado a una solución satisfactoria y definitiva, se percibe una inédita voluntad de cooperar e integrase en un espacio geopolítico y económico más grande, que en este caso no es otro que el que comprende la UNASUR.
El otro aspecto fundamental de unión, confluencia y cooperación de los países suramericanos que debe ser considerado y tenido en cuenta por su trascendencia en cuanto a la relación entre los países es la adhesión generalizada a la “Declaración Política del MERCOSUR, Bolivia y Chile” signada el 24 de julio de 1998, en la que se designó como “Zona de Paz y Libre de Armas de Destrucción en Masa” a la región, documento que se ha convertido en el disparador que permitió sustituir el concepto de confrontación por el de cooperación y que hoy forma parte de los estatutos constitutivos de la propia UNASUR y de su Consejo de Defensa Suramericano (CDS).
Analizando los documentos que dan origen a esta organización, encontramos que más allá de la búsqueda de construir una identidad se aspira a desarrollar un espacio regional integrado en lo político, económico, social, cultural, ambiental, energético y de infraestructura, fundado en principios tales como el irrestricto respeto a la soberanía, integridad e inviolabilidad territorial de los Estados; la autodeterminación de los pueblos; solidaridad; cooperación; paz; democracia; participación ciudadana y pluralismo; derechos humanos universales, indivisibles e interdependientes; reducción de las asimetrías y armonía con la naturaleza para un desarrollo sostenible. En síntesis, un espacio de integración que comprende todas las áreas y que aspira ser flexible y gradual en su implementación, asegurando que cada Estado adquiera los compromisos según su realidad.
Esta enunciación de principios y de objetivos estratégicos también comprende el compromiso de implementar y crear mecanismos y procedimientos que faciliten la coordinación entre los organismos especializados de los Estados Miembros, para fortalecer la lucha contra el terrorismo, la corrupción, el problema mundial de las drogas, la trata de personas, el tráfico de armas pequeñas y ligeras, el crimen organizado transnacional y otras amenazas, así como el desarme, la no proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva, y el desminado; aspectos que son ineludibles para el desenvolvimiento de una sociedad moderna y que hacen a la defensa y seguridad de los ciudadanos y de los bienes nacionales y regionales.
En lo que respecta a la creación del consejo de defensa (CDS), es importante remarcar que no constituye actualmente el embrión de una alianza militar formal construida contra algún actor en particular sino que se presenta como un organismo que no aspira, en principio, a resolver los problemas de seguridad pendientes, sino a asegurar las condiciones para que los mecanismos diplomáticos y las agencias específicas puedan hacerlo, en condiciones de estabilidad. Sus ejes de acción se focalizan en coordinar y consensuar políticas de defensa, la cooperación militar en acciones humanitarias y operaciones de paz de la ONU, la cooperación en industria y tecnología de la defensa y, fundamentalmente en temas de formación y capacitación militar, con el objetivo de consolidar a Suramérica como una “zona de paz” y a construir una “identidad suramericana en materia de defensa”.
Hasta aquí señalamos enunciados, voluntad e intenciones que con distintos grados de efectividad han comenzado a materializarse en proyectos y en hechos desde abril de 2007, demostrando que lo anunciado continúa siendo respaldado por los distintos gobiernos, más allá de la lentitud y dificultades que enfrenta la consecución de cada objetivo. Una muestra clara de la continuidad de esta voluntad política son los resultados de la Vita Cumbre de la UNASUR llevada a cabo en Lima en noviembre 2012, en que la pese a la falta presencial de algunos de los jefes de estado se pudo avanzar en acuerdos y decisiones que nos indican que este organismo se ha convertido en el foro prioritario y predominante en la región suramericana.
Al clausurar la cumbre, el presidente Ollanta Humala señalaba que existe decisión en dar impulso real al proceso de integración sudamericano y que para ello se han creado nuevas instituciones, nuevos organismos y aprobado proyectos concretos de conectividad territorial, para los que se ha establecido un plazo de diez años para su finalización, previéndose financiarlos con inversión pública y privada. Esta “conectividad” suramericana también incluye iniciativas relacionadas con el acceso a internet.
Entre los aspectos salientes y positivos que también rescatamos de esta cumbre está el estudio y relevamiento sobre los recursos naturales disponibles, la instrumentación de políticas sociales destinadas a privilegiar la equidad, el desarrollo social y la erradicación de la pobreza, la continuidad de la cooperación técnica con Haití, la instrumentación de mecanismos de cooperación en casos de desastre natural y fundamentalmente para nuestro país, la declaración que reconoce los derechos argentinos sobre las Malvinas, la necesidad de respetar las resoluciones de la ONU sobre la continuidad de las negociaciones y lo que es auspiciante para nuestra postura frente al conflicto, el no considerar vinculante al plebiscito que se realizará próximamente en las islas con los actuales pobladores.
En el campo especifico de la defensa, se ratifica a Suramérica como una zona de paz y cooperación, se avanza en la transparencia y registro del gasto militar y de los inventarios y stocks de armamento, se auspicia la creación de una escuela suramericana de defensa, se aprueban los estudios para avanzar en el proyecto de un avión militar y de aviones no tripulados de la UNASUR y, en consonancia con lo expresado acerca de la necesidad de adoptar una visión estratégica compartida, instruye al CDS y al centro de estudios estratégicos para realizar un proyecto prospectivo 2025 en materia de defensa y protección de recursos.
En este orden y a modo de balance de esta última cumbre podemos afirmar que ha servido para dejar claro la necesidad de avanzar en este proceso de integración a partir de una “visión estratégica compartida”, que no implica otra cosa que establecer horizontes futuros de mediano y largo plazo, evitando la tentación de acuerdos cortoplacistas y la adopción de políticas coyunturales, las que muchas veces están sujetas a las variaciones lógicas que se producen en cada estado ante los cambios de gobierno. La UNASUR reclama hoy para su supervivencia y efectividad de un compromiso formal y efectivo de sus estados miembros si es que aspira a ser una etapa superadora del pasado, en donde foros y reuniones de consenso solo generaron endebles posturas frente a la comunidad internacional y una falta de compromiso y liderazgo que impedía convertirse en la solución de sus propios problemas. La cooperación y la integración implican la asunción de compromisos mutuos de mediano y largo plazo los que deben convertirse en verdaderas políticas de estado de aquellos países que los asumen. La cooperación genera beneficios y ventajas pero también conlleva esfuerzos y cesiones nacionales en pos de un objetivo mayor y común. Avanzar sin estas convicciones sería apostar a una nueva iniciativa formal e ineficaz.
[1] Licenciado Marcelo Rozas Garay
07 de Diciembre de 2012