Hacia un Mercosur pragmático – Ec. Eugenio Marí

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En los últimos meses han ocurrido movimientos importantes para el futuro del Mercosur. Uruguay está avanzando en negociaciones para un tratado de libre comercio con China, y Brasil ha reducido los aranceles de importación sobre 87% de los productos de manera unilateral. Ambas iniciativas van en contra del “establecimiento de un arancel externo común y la adopción de una política comercial común con relación a terceros”, artículo 1º del Tratado de Asunción, acta fundacional del Mercosur.

Antes de seguir avanzando, por un momento retrocedamos a principios de 2021. Para ese entonces, funcionarios brasileños y uruguayos ya habían dado señales creíbles de que avanzarían en este sentido. La reacción diplomática no se hizo esperar, en especial del lado argentino, lo que llevó a tensos cruces entre los países. Algunos incluso vaticinaron la ruptura del Mercosur.

Sin embargo, en la segunda mitad del año, después de que ambas medidas se efectivizaran, en lugar de una crisis nos encontramos con un escenario muy diferente: total normalidad. Por ejemplo, la reducción unilateral de aranceles de Brasil apenas tuvo eco desde el lado argentino, con unas tibias declaraciones desde la Cancillería y algunos comunicados de entidades gremiales. ¿Acaso es la calma que precede a la tormenta? ¿O estamos frente a un fenómeno más profundo, de silenciosa desaparición del Mercosur?

En realidad, desde mi punto de vista, lo más probable es que avancemos de manera permanente hacia un Mercosur pragmático. ¿A qué me refiero con esto? Un bloque que permita a los países mayor libertad para guiar su política comercial según sus intereses y necesidades, sin por eso perder los beneficios que acarrea la integración económica regional.

Varios factores me orientan en esta línea. El primero es que la realidad económica de los países del Mercosur se ha vuelto crecientemente divergente. Paraguay y Uruguay necesitan de nuevos acuerdos comerciales para abrir mercados que impulsen su crecimiento. En cambio Brasil, desde la presidencia de Michel Temer, ha avanzado en múltiples reformas económicas para mejorar su competitividad y consolidarse como potencia regional, entre las cuales aún está pendiente la apertura económica. Mientras que en Argentina aún debatimos sobre cuál es el sendero de salida de la crisis económica. La probabilidad de compatibilizar estas agendas bajo un Mercosur rígido es prácticamente cero.

El segundo factor tiene que ver con la dinámica histórica que ha tenido el bloque. Los compromisos del Tratado de Asunción han demostrado no estar tallados en piedra, sino que se han pospuesto, reinterpretado e incumplido en múltiples ocasiones. El Mercosur ya se ha mostrado como un mercado común flexible, lo que le ha valido el mote de mercado común imperfecto. No obstante, esta imperfección en realidad ha sido un valor fundamental para que el Mercosur pueda seguir existiendo y se mantenga vigente. Las imperfecciones no han sido otra cosa más que la solución lógica frente a países con grandes asimetrías.

Y, finalmente, el tercer factor que me gustaría introducir es la experiencia internacional en términos de integración. La conformación de uniones aduaneras o mercados comunes no parece ser la regla en el siglo XXI. En un mundo tan dinámico como el actual, los acuerdos e instituciones comerciales necesitan tener una capacidad de adaptación rápida. Y, además, deben poder reflejar, o por lo menos no ir en contra, de los intereses de los países que los integran.

En América Latina los experimentos de integración más exitosos son los más pragmáticos, como la Alianza del Pacífico. Y lo mismo ocurre en el mundo. Las previsiones desastrosas que se hacían sobre el Brexit estuvieron lejos de cumplirse y, en su lugar, las partes alcanzaron un acuerdo que maximiza los beneficios comerciales respetando los intereses particulares. Lo mismo ocurrió con la renegociación del NAFTA y la creación del USMCA, o en el caso del CPTPP como sustituto del TPP.

Los Estados están buscando un equilibrio entre sus necesidades e intereses específicos y los beneficios de la integración. La consolidación de una unión aduanera rígida no parecería ser el instrumento para lograr este equilibrio.

Teniendo en cuenta estos tres factores, es esperable que las acciones unilaterales y flexibilizaciones de hecho en el Mercosur se profundicen en los próximos años. Si este es el caso, el debate institucional sobre si estas medidas adhieren o no al conjunto de reglas fijadas en 1991, se volverá cada vez más esteril.

Un camino probablemente más fructífero sería el inicio del diálogo entre los Estados Parte del Mercosur para lograr que los compromisos de jure acompañen a los intereses de facto. Esto permitiría solucionar los conflictos actuales, dar vuelta la página, y que el Mercosur avance en otros consensos imprescindibles para que el bloque sea un instrumento efectivo de integración en este siglo.

 

Ec. Eugenio Marí

noviembre 2.021

Economista. Docente de Economía Internacional UCEMA. Colaborador de la Fundación Libertad y Progreso.